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martes, 13 de mayo de 2014

NO EXISTE UN ‘PLANETA X’ EN LOS CONFINES DEL SISTEMA SOLAR


NO EXISTE UN ‘PLANETA X’ EN LOS CONFINES DEL SISTEMA SOLAR
Hace unos días la NASA anunciaba que su telescopio espacial WISE (Wide-field Infrared Survey Explorer) había rastreado cientos de millones de cuerpos celestes y puntos brillantes en el cielo pero, entre otras cosas,no había encontrado ni rastro de un planeta gigante en los confines de nuestro sistema solar.
Mosaico de imágenes del cielo tomadas en luz visible e infrarrojos. El disco central es nuestra propia galaxia, que vemos desde el lado. (Fuente)
Bueno, ¿Y qué importancia tiene eso? ¿Es que se esperaba que hubiera uno?
No, pero era una opción que tampoco se podía descartar por completo. Aunque lo que más me ha interesado de esta noticia es la oportunidad que da para desmentir de una vez por todas una de tantas teorías conspirativas que circulan por internet.
En 1781 se descubrió el planeta Urano y el seguimiento de su movimiento por el cielo durante el siguiente siglo parecía sugerir que existía un objeto muy grande perturbando ligeramente su órbita. Los astrónomos formularon una hipótesis: que existía un planeta gigante más allá de Urano, pero que estaba tan lejos que encontrarlo resultaba muy difícil.
Los astrónomos se pusieron manos a la obra, tomaron las leyes del movimiento de Newton y las aplicaron al sistema compuesto por el sol, Saturno, Urano y un nuevo objeto con una masa similar a este último. El resultado de sus cálculos fue la órbita de este nuevo planeta y la posición que debería ocupar en el cielo en aquel momento.
Pocas horas después de dirigir el telescopio hacia el lugar predicho por sus cálculos (con un pequeño margen de error debido a sus suposiciones sobre el radio del planeta), encontraron el planeta Neptuno en 1846, que se convirtió en el primer objeto en ser descubierto mediante la predicción matemática y confirmó la validez de las leyes del movimiento de Newton.
Pero los astrónomos notaban que aún podía observarse una pequeña perturbación en la órbita de los dos planetas exteriores, así que repitieron el proceso suponiendo que existía otro planeta más allá de Neptuno.
Suponiendo que aún faltaba otro planeta gigante que descubrir, repitieron el proceso y en el lugar donde buscaban encontraron Plutón en 1930. Pero Plutón es un cuerpo más pequeño que nuestra Luna y tanto Urano como Neptuno tienen un diámetro cuatro veces mayor que el de la Tierra, lo que significa que Plutón no tenía, ni de lejos, la masa para perturbar esas alteraciones. No se encontró nada más en aquella zona, lo que significaba que Plutón había sido descubierto por casualidad y se llegó a la conclusión de que las perturbaciones observadas en Urano y Neptuno habían sido un error observacional. Al fin y al cabo, en aquella época los instrumentos no se caracterizaban por su extrema precisión, que digamos.
Pero, por falta de medios para confirmar que se había cometido un error, la idea de que exista un planeta gigante (o una estrella enana marrón) más allá de Neptuno perduró en el tiempo, incluso hasta nuestros días, en la mente tanto de los astrónomos como de los conspiranoicos de turno dedicados a lucrarse tergiversándolo todo.
El descubrimiento (o, mejor dicho “no-descubrimiento”) del WISE, ha dejado confirmado que no existe ningún planeta gigante más allá de Neptuno ni una estrella enana compañera del sol.
Lo mejor de esto es que, en teoría, debería acabar por fin con los rumores sobre el “Planeta X”, también llamado “Niburu”, “Hercólubus”, “Némesis” o algún otro nombre que suene molón sacado de algún libro religioso.
Si tenéis más o menos presente el 21 de diciembre de 2012, la fecha en la que íbamos a ser destruidos por algún fenómeno cósmico vagamente descrito, a lo mejor os suenan esos nombres, porque todos ellos se referían a lo mismo: un supuesto planeta gigante que cada 3.600 años pasa cerca de la Tierra, despertando volcanes, perturbando nuestro clima y destruyendo gran parte de la vida sobre ella con su potente atracción gravitatoria. Algunos relatos incluso van más allá diciendo que el planeta se lleva las almas de los más “evolucionados energéticamente” o las “asciende a otra dimensión”.
Como con todas las conspiraciones de internet, no hay un consenso claro sobre los detalles del asunto que intenta tratar.
Por un lado, hay quienes dicen que ni siquiera es un planeta, sino una estrella enana marrón que orbita también alrededor del sol. Luego hay quién dice que este planeta orbita entre el sol y una estrella cercana con su propio sistema solar y otros directamente defienden que una estrella con su correspondiente sistema de planetas se está acercando directamente hacia nosotros. La prueba de ello, en teoría, es una estrella que está catalogada como Barnard I y que, de hecho,sí  se está moviendo en la dirección del sistema solar.
Pero eso no es más que un intento burdo de camuflar su teoría fraudulenta: en un espacio tridimensional, que algo se mueva en dirección a ti no significa que vaya directo hacia ti. De hecho, esta estrella hará su máxima aproximación a nuestro sistema solar dentro de 9.000 años, a una distancia de 3.8 años luz, sustituyendo en proximidad a la estrella actual más cercana, Alpha Centauri, a 4.2 años luz.
¿Y cómo pueden estar tan seguros de que ahí fuera no hay nada? ¿Y si simplemente es tan oscuro que el satélite no lo ha podido detectar?
La luz es sólo una pequeña parte de todo el espectro electromagnético. El tipo de radiación electromagnética que emite un objeto depende de la energía que contenga, lo que es un resultado directo de su temperatura.
Pongamos como ejemplo un pedazo de metal en una habitación a oscuras. Obviamente, no vamos a verlo a menos que pongamos una fuente de luz externa. Pero ese, por algún motivo, no es nuestro propósito. Si queremos ver el metal sin usar una bombilla, no nos quedará más remedio que calentarlo. A medida que el metal se calienta, empezará a brillar en una tonalidad rojiza, es decir, a emitir radiación electromagnética en el espectro de la luz visible. Si seguimos aumentando la temperatura, el color del brillo irá adoptando un tono anaranjado cada vez más claro hasta volverse completamente blanco.
Si lo calentamos aún más después de que se ponga blanco, empezará a emitir otros tipos de radiación electromagnética más energética: rayos ultravioleta, rayos X y rayos gamma. No podremos ver este tipo de radiación con nuestros propios ojos, pero sí que la seríamos capaces de detectarla mediante instrumentos especializados.
Pero las cosas que están “frías” también emiten radiación, pero tampoco podemos detectarla a simple vista. Tenemos que tener en cuenta que nuestro concepto de frío y calor está sujeto condicionado por nuestra fisiología: en realidad, existe un estado en el que un objeto no tiene nada de energía, por lo que se encuentra a la mínima temperatura posible, el cero absoluto (-273,15ºC o 0ºK). A partir de ese límite todo posee un poco de energía, es decir, está caliente. Por tanto, cualquier cosa que esté por encima del cero absoluto emitirá algún tipo de radiación. Los cuerpos más fríos emiten ondas de radio y, a medida que se van calentando, empiezan a emitir microondas, infrarrojos y, eventualmente, luz visible.
Los seres humanos, debido a nuestra temperatura corporal constante, estamos emitiendo infrarrojos constantemente. ¿No te lo crees? Es precisamente lo que detectan las cámaras infrarrojas.
Una fotografía infrarroja, coloreada con luz visible para que podamos ver algo, por supuesto. (Fuente)
Volviendo al tema que nos incumbe, el satélite WISE es un detector muy sensible de radiación infrarroja, así que puede detectar objetos que no reflejan la luz solar o emiten luz propia, pero que están más calientes que el resto del espacio (que se encuentra a -271ºC).
Precisamente, los dos tipos de objeto que la teoría conspiranoica postula como posibles compañeros del sol emitirían grandes cantidades de radiación infrarroja: la temperatura superficial de una enana marrón ronda entre 430ºC y 1080ºC y el calor contenido en un planeta tan grande también lo mantendría suficientemente caliente como para destacar sobre el espacio.
¿Y si Hercólubus existe y se le ha escapado a la sonda WISE por estar en alguna posición rara o demasiado lejos?
Según la teoría, el planeta gigante mediría unos 570.000 kilómetros de diámetro. El diámetro de Júpiter, en comparación, es de unos 143.000 kilómetros. Estas cosas con un tamaño desproporcionado no pasan desapercibidas en el cielo.
Como dato extra, la primera referencia a Hercólubus aparece en 1956 de la mano de un médium y abogado brasileño que contactaba (creo que no hace falta decir “supuestamente”) telepáticamente con un extraterrestre que le advirtió de que este planeta gigante iba a traer el caos al planeta en 1999. Creo que todos los que hemos nacido antes de ese año somos testigos del fallo garrafal de esta predicción.
Pero la autoridad más respetada en internet respecto a este tema (y la que me hace más gracia) es un tal V. M. Rabolú. Y no, V.M, no significa “Victor Manuel” sino “Venerable Maestro”. Una eminencia, vaya. Este hombre escribió un libro llamado “Hercólubus o planeta rojo” que, además, pretendía ser un extraño tratado sobre la moral que dice cosas como:
“En Venus no hay degeneramiento sexual como lo hay aquí, que ya hasta los señores curas están casando homosexuales, porque el homosexualismo en ellos no existe; son hombres verdaderos y mujeres verdaderas. Todas estas atrocidades sexuales no se ven sino en nuestro planeta, porque en los demás saben reproducirse sin caer en la fornicación.”
Toda una autoridad.
Cabe destacar también que de vez en cuando Hercólubus resucita en algún bulo nuevo, como el 21 de diciembre de 2012, cuando supuestamente también tenía que borrarnos del mapa. La prueba, según los vídeos falsos que aparecían en Youtube, era que desde 2011 se podía ver el planeta en el cielo. Como en este vídeo, por ejemplo, en el que ni siquiera:
Si de verdad el planeta estuviera tan cerca como para poder observarse con tal claridad, no nos enteraríamos de su presencia a través de Youtube, sino del caos que provocaría su tirón gravitatorio.